La disciplina vale porque mira más allá del calendario: practicada en el Espíritu, ordena el día de hoy y siembra para la vida eterna. Ver las rutinas de Palabra, oración, congregación y servicio con “lentes de eternidad” reubica prioridades, libera del impulso de la improvisación y convierte cada decisión en tesoro en el cielo. No es activismo ni perfeccionismo: es constancia sobria que, guiada por el Espíritu, forma carácter ahora y permanece para siempre.