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Naamán fue sanado por fuera, pero su mayor milagro ocurrió dentro. Su piel quedó limpia, pero también su corazón. Descubrió que la verdadera sanidad no solo restaura el cuerpo, sino el alma, porque de nada sirve decir que somos salvos si seguimos enfermos en el corazón.

Eliseo le muestra que la fe auténtica no se compra ni se aparenta: se vive con humildad, obediencia y gratitud. Dios no solo quiere limpiarnos de la lepra visible, sino también de las heridas internas que el orgullo, la dureza o la falta de perdón dejan en nosotros.