Abel no solo ofreció un sacrificio, ofreció su corazón. Su fe lo llevó a entregar lo mejor a Dios, y su testimonio sigue hablando hasta hoy. Este devocional nos invita a examinar si lo que damos —nuestras acciones, nuestro servicio, nuestra adoración— nace de un corazón rendido y agradecido. Porque no se trata solo de hacer cosas para Dios, sino de hacerlas con excelencia, por amor y fe, como lo hizo Abel.