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La historia de la mujer sunamita nos enseña que servir a Dios con un corazón sincero nunca queda sin recompensa. Ella ofreció hospitalidad al profeta Eliseo sin buscar nada a cambio, pero Dios le concedió un milagro inesperado: un hijo. El Señor honra a quienes lo honran, y todo servicio hecho en amor será recompensado en su tiempo perfecto.