Le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le pidieron que le impusiera la mano. Jesús lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. En seguida levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Effetá», que quiere decir: «Abrete».
Cuántas veces vivimos así: sordos y casi mudos. Tal vez ni siquiera podemos identificar algunas de nuestras sorderas: las personas, las ideas, los acontecimientos que no somos capaces de oír. ¿Y las palabras? ¿Cuáles son esas palabras que se nos quedan atoradas dentro? Las que no podemos decir por pudor, por miedo, por falso respeto…
Miremos a Jesús, en los gestos tan cercanos, tan corporales que hace: mete los dedos en los oídos del sordo, con su saliva toca su lengua… Pidamos a Jesús que nos toque, que nos comunique su vida, su valentía, su palabra, para poder oír a quienes no hemos querido. Para hablar con quienes sabemos que deberíamos hacerlo. Y que en nuestra oración también fluyan las palabras desde dentro: gratitud, preguntas, temores, asombro. Pidámosle: Abre, Señor, mis labios. Abre, Señor, mis oídos.
10 de febrero - Mc 7, 31-37 (Clara Malo)