Cuando las distracciones del mundo como lo pueden ser el dinero, el trabajo las convertimos en prioridades absolutas, son falsos dioses que nos alejan de una vida cristiana auténtica. Nos distraen de nuestra verdadera misión: vivir según los principios de Dios. Sólo en Él encontramos la paz y la satisfacción que el mundo material no puede ofrecer.