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El conjunto de valores, métodos y principios que unificaron a las dictaduras latinoamericanas, fueron los de la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada desde Estados Unidos. Dicha doctrina fue difundida a través del entrenamiento de los distintos ejércitos de países latinoamericanos en la Escuela de las Américas en Panamá.


Delegaciones de cuadros militares asistían a las instalaciones norteamericanas para aprender técnicas de inteligencia e infiltración, formarse en métodos de tortura, desapariciones, secuestros y terrorismo social y psicológico, con el objetivo de perfeccionar sus métodos de terrorismo interno y control social.


Los fundamentos de dicha doctrina consistían en la puesta en pie de un combate internacional contra el “comunismo”, representado como una amenaza en ciernes para las libertades individuales y los “derechos humanos”. En realidad, era la preparación de los ejércitos para cometer crímenes atroces contra la población de sus propios países, con el objetivo de liquidar toda resistencia obrera y popular, haciendo valer los intereses capitalistas e imperialistas en la región.


El Plan Cóndor fue la conspiración específica llevada adelante en el Cono Sur en el marco de esta doctrina. Estados Unidos planificó, junto a los ejércitos regionales, los golpes de estado, suministrando apoyo técnico y asesoramiento mediante la CIA, durante los gobiernos de Jhonson, Nixon, Ford, Carter y Reagan.


Pero además de suprimir la amenaza ideológica del “comunismo”, el apoyo a las dictaduras latinoamericanas tuvo otro objetivo: consolidar por años el sometimiento de los países de la región a la bota del imperialismo yanqui que, a la salida de la segunda Guerra Mundial, se había consolidado como primer potencia.


Una de las primeras medidas del gobierno militar Argentino fue la toma de una deuda por 300 millones de dólares, el mayor préstamo acordado hasta la fecha por un país latinoamericano con el FMI. Junto a esto, se fomentó una desregulación que permitió que empresas privadas tomaran deuda (que más tarde sería estatizada y asumida por el Estado Argentino). Esto permitió que capitales internacionales pudieran ingresar al país atraídos por las altas tasas. Esos dólares se transformaban en pesos para ser depositados en activos locales con el objetivo de cobrar los increíbles intereses, para luego volver a convertirse en dólares y embolsarse las jugosas ganancias. Ni más ni menos que la inauguración del conocido método de la “bicicleta financiera”.


Cuando, años más tarde, el Banco Central de Estados Unidos aumentó sus tasas de interés, los capitales huyeron del mercado local, generando una híper-devaluación de la moneda de más de 1400%, y una escalada inflacionaria que llegó hasta el 400% en los ´80, destruyendo el nivel de vida de millones de asalariados.


A 46 años de esa oscura época, todavía seguimos pagando las consecuencias de la política proimperialista sostenida por las dictaduras militares.


Así como el movimiento de masas precipitó el derrumbe de la dictadura militar Argentina, no está dicha la última palabra frente a los ajustes a los que quieren someternos en los próximos años. Quién dice que esta vez la historia vea el triunfo de la clase trabajadora frente al imperialismo y los ejecutores nacionales de su política. Con la memoria de aquellos compañeros y compañeras que lucharon heroicamente por un mundo distinto, los activistas, luchadores y militantes de hoy continuaremos la pelea por romper todas las cadenas que son, como dicta un viejo manifiesto político, lo único que la clase obrera tiene por perder.