El estallido mediático por el caso del profesor de Limache expone una doble crisis: la precariedad del sistema educativo para manejar conflictos y la brutal inmediatez del linchamiento digital. La convivencia escolar se resquebraja entre la sobrecarga docente, la falta de apoyo psicoemocional y un contexto social cada vez más polarizado. Un video sin contexto puede arruinar carreras y alterar investigaciones antes de que hable la justicia. En un país donde discutir sobre derechos humanos aún despierta pasiones extremas, urge blindar la sala de clases como un espacio seguro para disentir, aprender y proteger tanto la verdad como la dignidad de las personas.