Los hombres que se arrogaron a la aventura de la Revolución de Octubre de 1917 no imaginaban la obra imposible que acometían; construir un “hombre nuevo” en una sociedad sin clases, en un inmenso territorio-país empobrecido y atrasado intelectual, técnica y tecnológicamente, con millones de campesinos y un puñado de obreros semi-siervos, analfabetas y fanáticos religiosos.