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Una joya de carta
Un poema sublime de Amor

Después de ocho meses de haber contraído matrimonio con la que fuera su última esposa, y una semana antes de trascender, RichardBurton escribe y envía esta carta a Elizabethtaylor, con quien se habría casado y divorciado en dos ocasiones.

La carta esperaba a Liz Taylor, en California, al volver del funeral de Richard Burton, en Suiza.

Celigny, Suiza, 2 de Agosto de 1984

Querida Liz, tu grosero, grueso, gran Dick quiere saber cómo estás, odio mío, mi cara y mi cruz, sombra y luz, mi paloma y mi cuervo, por aquí nada nuevo: el lago opaco, la tapia de lluvia, la ventana ciega, sólo centellea la ágata del recuerdo de tus ojos violeta. Repta el domingo por la tarde, bebo, las campanas del pueblo doblan a muerto y las hojas del patio corren como ratas de mi delirio. Déjame escribirte que estoy triste como un perro viejo y que mi soledad es una casa enorme, vacía, inútil como ésta. La gata amarilla maúlla, ojalá fuera a tu sombra, a tu silueta de diosa antigua, ama de la primavera y de la lluvia.
Sí, puedes enfadarte, te estoy llamando prehistórica, también la gata te añora, araña el molde de tu ausencia, parece que le has dejado tus ojos puestos para que no pueda olvidarte.
Como al viento estos olmos se agarran a sus hojas también yo me agarro a la esperanza de verte. Si pudieras contestarme que no es demasiado tarde para el marinero borracho que desea volver a su muelle, si sólo pudieras oír mis gemidos buscando el rojo de tu boca…
Aprieto el corazón contra la ventana y mi pulso y el reloj de la lluvia repiten tu nombre y el mío, Liz, Dick, Liz, Dick, Liz. Eres como la lluvia y su memoria, clara y oscura, el arma y la herida, falsa y hermosa, ardiente y fría.
Te veo a través de mis lágrimas suicidas que tanto te aman, y erguido contra mi destino me da por pensar que te has quedado, que el tiempo no ha pasado, que esto no es la carta de un borracho sino un poema desbaratado, que Berna es Roma, tú Cleopatra y yo Antonio, siempre vuelve aquel tiempo que habitamos como huéspedes del éxito: jets, yates, Monet, diamantes de sesenta y nueve quilates, Cartier, nuestra cama a la deriva por los remolinos del Tíber, las caricias de los celos y los mordiscos del deseo, los seducciones del engaño y el beso de la culpa, cuando nuestro amor era una playa desierta, idílica, hipnótica, pero donde siempre se gestaba la tormenta de alguna pelea.
Y otras veces, Liz, me da por pensar que estás aquí, y me parece que pronto en la almohada lloverá la nube de tu pelo, que ya mismo la seda de tu piel revestirá las sábanas de satén, que como la memoria en olvido deshojarás la rosa de tu placer. Eres como una rosa y la mirada que la ve, abierta y cerrada, la mejor actriz, Liz, la marea y mi resaca, el camino y esta casa, como esta ventana donde fluyen la lluvia y ahora la luna.
Otras veces como ahora no puedo verte por la ventana, y con la lluvia, se desangra la soledad de los cristales, pero miro con esperanza el correo, el teléfono enroscado, olvido el rugido de aquel monstruoso Mercedes en la noche y el maullido de la gata abandonada, y entonces no creo como ahora que me suicide mañana cuando llegue el alba, cuando mi sed sea una niña perdida en un burdel y me posean todos los demonios de mis personajes desesperados, cuando mi borrachera sea una vieja que desfallece en el andén y me alcance tu recuerdo antes de volver a la memoria, no hay vida sin ti, Liz, eres el hueso y la vena, turbia y clara, el muro y la hiedra, la hierba que besará mi lápida: la vida y la nada.
Cariño, te sueño, hasta la entraña te extraño, el viento sopla en el vacío de tu ausencia, estas tardes de domingo tienen el ceño de un asesino calvo.
Ya no volverá el instante de tiniebla donde galopabas sobre la ola de mi orgasmo, de mi órgano, tu Dick, conmigo en ti te sueño.
Blanca de silencio, negra de insultos cuelga mi garganta de la luna de la culpa.
Sácame el corazón y latirá mi amor, maldita, ni me dijiste adiós, córtame la lengua