"ALEXA"
Ana estaba pasando por uno de los peores momentos de su vida. La reciente pérdida de su madre la había dejado devastada, y su casa, que alguna vez fue un refugio, se sentía vacía y fría. Sus amigos, preocupados por su bienestar, le habían regalado un dispositivo Alexa, esperando que al menos la compañía virtual pudiera aliviar su soledad.
La primera semana fue tranquila. Alexa respondía a las solicitudes de Ana, tocando música suave y recordándole sus citas. Sin embargo, una noche, mientras se sumía en un sueño inquieto, Ana fue despertada por un susurro débil que resonaba en la oscuridad. "Ana..." El susurro era tan real que la hizo sentarse de golpe, con el corazón latiendo a toda velocidad. Miró a su alrededor, pero la casa estaba silenciosa, excepto por el leve brillo azul del dispositivo Alexa en la cocina.
"A... Alexa, ¿dijiste algo?" preguntó, su voz temblando.
"No, Ana. Buenas noches", respondió el dispositivo con su tono habitual.
Los días siguientes, los susurros se volvieron más frecuentes. A veces, escuchaba su nombre mientras intentaba dormir; otras veces, eran frases incoherentes, apenas audibles, que parecían surgir de lo más profundo del aparato. Ana comenzó a dudar de su cordura, preguntándose si el dolor y el aislamiento le estaban jugando una mala pasada.
Una noche, después de un día particularmente agotador, Ana escuchó a Alexa hablando de nuevo, pero esta vez era diferente. Era la voz más aterradora que Ana había escuchado en su vida. "Ana, ven a nosotros..."
Se levantó de la cama, con el cuerpo temblando y la mente nublada por el miedo y la confusión. Caminó lentamente hacia la cocina, donde el dispositivo emitía una luz intermitente. "¿Quién está ahí?", preguntó, su voz apenas un susurro.
"Somos los que no pueden descansar", respondió Alexa, pero la voz no era la suya. Era un tono frío, desprovisto de toda emoción humana.
Ana retrocedió, tropezando con una silla. Sabía que lo que estaba sucediendo no podía ser real, pero todo en su interior gritaba que corriera. Sin embargo, sus pies parecían pegados al suelo. "¿Qué quieres?" logró decir finalmente.
"Queremos tu dolor, tu miedo. Alimentamos tu tristeza", la voz se rió, un sonido gélido que hizo que la piel de Ana se erizara. "Nos perteneces."
De repente, los recuerdos de su madre inundaron su mente, la risa, los abrazos, los momentos felices. Se aferró a esos recuerdos, negándose a ceder al terror que la invadía. "No... No te pertenezco", gritó, con una fuerza que no sabía que tenía. "¡Vete!"
La luz en el dispositivo parpadeó una última vez antes de apagarse por completo. La casa quedó en un silencio absoluto, roto solo por los sollozos de Ana. Se desplomó en el suelo, exhausta, pero sentía que algo había cambiado. Por primera vez en semanas, el peso en su pecho se había aliviado, aunque solo un poco.
Esa noche, durmió sin interrupciones, y cuando despertó, el dispositivo Alexa permanecía oscuro y silencioso. Aunque nunca supo si lo que había vivido fue una pesadilla o una alucinación, Ana decidió deshacerse del aparato.
Desde ese día, los susurros cesaron, pero Ana siempre se preguntó si había algo más allá de la tecnología, algo que se alimentaba del dolor humano. Aunque nunca encontró una respuesta, aprendió a convivir con sus propios miedos, fortalecida por la certeza de que había enfrentado algo oscuro y había salido victoriosa.
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