En voz de Victor Rodriguez Escalona Este es el testamento del vagabundo Pito Pérez, quien en medio del desprecio social pasó su vida deambulando por Michoacán. A punto de morir decide regresar a su pueblo natal, sube a la torre de la iglesia y, borracho, toca las campanas para anunciar su llegada; es detenido por la policía, pero se las arregla para dar a conocer su sublime legado:
«Lego a la humanidad todo el caudal de mi amargura. Para los ricos sedientos de oro, dejo la mierda de mi vida. Para los pobres, por cobardes, mi desprecio, porque no se alzan y lo toman todo en un arranque de suprema justicia. ¡Miserables esclavos de una iglesia que les predica resignación y de un gobierno que les pide sumisión, sin darles nada a cambio!
No creí en nadie. No respeté a nadie. ¿Por qué? Porque nadie creyó en mí, porque nadie me respetó. Solamente los tontos y los enamorados se entregan sin condición. ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad! ¡Que farsa más ridícula! A la libertad la asesinan todos los que ejercen algún mando; la igualdad la destruyen con el dinero, y la fraternidad muere a manos de nuestro despiadado egoísmo.
Esclavo miserable, si todavía alientas alguna esperanza, no te pares a escuchar la voz de los apóstoles: su ideal es subir y permanecer en lo alto, aun aplastando tu cabeza. Si Jesús no quiso renunciar a ser Dios, ¿que puedes esperar de los hombres?
¡Humanidad, te conozco; he sido una de tus victimas! De niño, me robaste la escuela para que mis hermanos tuvieran profesión; de joven, me quitaste el amor, y en la edad madura, la fe y la confianza en mí mismo. ¡Hasta de mi nombre me despojaste para convertirlo en un apodo estrafalario y mezquino: Hilo Lacre!
Dije mis palabras, y otros las hicieron correr por suyas; hice algún bien, y otros recibieron el premio. No pocas veces sufrí castigo por delitos ajenos. Tuve amigos que me buscaron en sus días de hambre, y me desconocieron en sus horas de abundancia. Me cercaron las gentes, como a un payaso, para que les hiciera reír con el relato de mis aventuras, ¡pero nunca enjuagaron una sola de mis lagrimas!
¡Humanidad, yo te robe unas monedas; hice burla de ti, y mis vicios te escarnecieron! No me arrepiento, y al morir, quisiera tener fuerza para escupirte en la faz todo mi desprecio.
Fui Pito Pérez: ¡una sombra que pasó sin comer, de cárcel en cárcel!.. ¡un dolor hecho alegría de campanas! Fui un borracho: ¡nadie! Una verdad en pie: ¡qué locura! Y caminando en la otra acera, enfrente de mi, paseo la honestidad su decoro y la cordura su prudencia.
El pleito ha sido desigual, lo comprendo; pero del coraje de los humildes surgirá un día el terremoto, y entonces, no quedará piedra sobre piedra.
¡Humanidad pronto cobraré lo que me debes!..»
Fragmento extraído de la novela "La vida inútil de Pito Pérez", del escritor José Rubén Romero, 1938.