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Y levantándose de allí, fue a la región de Tiro. Y entró en una casa y no quería que nadie lo supiera, pero no pudo pasar inadvertido. Al momento, una mujer cuya hijita tenía un espíritu inmundo, luego que oyó acerca de Él, fue y se postró a sus pies. Y la mujer era griega, de nacionalidad sirofenicia, y le rogaba que echara fuera el demonio de su hijita. Pero le decía: Deja primero que los hijos queden satisfechos, porque no está bien quitar el pan de los hijos y echarlo a los perros. Pero ella respondió diciendo: Señor, también los perros debajo de la mesa comen de las migajas de los hijos. Y le dijo: Por esta respuesta, anda, el demonio ha salido de tu hija. Y al llegar a su casa, halló que el demonio había sido echado fuera y a la niña acostada en la cama. Volviendo a salir de la región de Tiro, fue por Sidón hacia el mar de Galilea a través de las regiones de Decápolis. Y le traen un sordo y tartamudo, y le ruegan que le imponga la mano. Tomándolo a solas, aparte de la gente, le metió los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua, y mirando al cielo, suspiró, y le dice: ¡Effathá! (Es decir, ábrete). Y se le abrieron los oídos y se soltó la atadura de su lengua, y hablaba normalmente. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie, pero cuanto más les ordenaba, ellos mucho más lo proclamaban. Y se maravillaban en gran manera, diciendo: ¡Todo ha hecho bien! ¡Hace oír a los sordos y hablar a los mudos!

[Marcos 7:24-37]