Ucrania (Carolina Amoroso)
Ucrania no es Ucrania.
Es Ucraína.
La í acentuada te hace doler el esternón. Y eso es justo.
Si el ejercicio supone elegir una imagen, quizás sea la de alguna viejita con la mirada perdida en una estación abarrotada de desesperados. O parada como puede ante una virgen que la mira desde el rincón frío. Un país son sus viejas.
Ucraína es también el éxodo de las solas. Las viejas de mañana. Y el camino de millones de duendes de los trenes y el asfalto que van con ellas a ninguna parte. Son todos los “desplazados”, porque es la forma que aprendimos para nombrar a los “desterrados” sin hacer alusión a esa mecánica tan antigua de tortura. Destierro.
A veces me pregunto si no es una batalla definitiva. “Un baño de pasado”, como dice una amiga, para responder qué se quiere del futuro. Después pienso que ese es uno de muchos interrogantes "grandes" y que hoy Ucraína se cuenta de a retazos.
“¡Esto es una emergencia! ¡Necesito un par de pantalones!”, grita una chica de veinte en la estación de Lviv. Ahora, que entiendo cada vez menos, creo que la guerra es sobre todo eso: la humillación. La reducción de la humanidad toda en la reducción de uno.