El gran prestigitador
La gente se reunió en torno a la cápsula, esperando ver la gran maravilla anunciada. Los árboles les hacían sombra y les cubrían del cálido sol de diciembre. Las cámaras de televisión aprovechaban la iluminación natural para transmitir una imagen nítida que perduraría por siglos. Neville apareció embutido en un traje plateado con estrellas negras y doradas. El casco brillaba tanto que tapaba el entusiasmo de sus ojos verdes. El contador empezó su marcha atrás: diez, nueve, ocho... La explosión llenó todo de humo, tanto que Neville se dejó de ver por un rato. Cuando el humo se disipó, Neville estaba parado al lado de su cápsula, sonriendo. Su traje ya no brillaba y se le habían caído las estrellas doradas. La gente se miraba extrañada. El murmullo empezó a subir, mientras todos se retiraban lentamente. —¿No lo vieron? La teletransporación comenzó a las once cincuenta y finalizó dos segundos después. Me teletransporté a Suiza en un segundo, y volví en el segundo siguiente. ¡Un segundo! ¡Exactamente un segundo! ¿Por qué no lo entienden? Mientras la gente se alejaba lentamente, tres hombres vestidos de blanco lo tomaron de los brazos y lo levantaron en vilo.