Esta predicación está basada en el texto: Mateo 18:15-20
El Señor nos pide que confrontemos a nuestros hermanos. ¿Quiénes somos nosotros para hacer eso? En la actualidad el valor más apreciado es la libertad. El señor nos manda a confrontar y tiene que ver con 3 cuestiones.
Las cuestiones son las siguientes: primeramente es cuestión de amor, en segundo lugar de coherencia y en tercer lugar de responsabilidad.
- Cuestión de amor: Ser grande es amar hasta el punto de pringarte personalmente la arriesgada operación de rescate de un hermano que se desliza por la cuesta suicida del pecado. Debemos de actuar cuando se trata de pecados claros, cuando son sospechas no. La meta de esto es cuidar del alma del hermano. Es una cuestión de amor hacia la misma persona que se está desviando. El que ve a su hermano jugando con la muerte y no lo detiene, sencillamente no lo ama. Es un acto de amor por la iglesia local, ya que protegemos al pecador y a los hermanos de la congregación, además el pecado sin arrepentimiento entristece al Espíritu Santo. Si el pecado no se trata, afecta a los demás. Tu pecado no solo daña a Dios y a su propia alma, tu pecado atenta hacia la salud de la iglesia. Es un acto de amor al que no conoce al Señor, ya que en la iglesia debe haber compasión por los perdidos. Además le robamos a nuestro amigo la posibilidad de conocer al Señor, porque le damos una idea falsa del cristianismo. Sobre todo debemos confrontar por amor al Señor.
- Cuestión de coherencia: La Iglesia es una realidad sobrenatural gestada por una vocación divina. La Iglesia es para el Dios trino, una casa espitual para él. No somos impecables, pero sí somos los que no quieren pecar.
- Cuestión de responsabilidad: ¿Tenemos derecho a hacer esto? No tendríamos ningún derecho si el Señor no nos lo hubiera mandado. Pero estamos delante de un encargo del Rey, es decir el Señor. No existen más alternativas, o confrontas o desobedeces.
La autoridad de atar y desatar le corresponde a la Iglesia.