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En una era tan convulsionada; donde reina la incertidumbre, el estrés, donde no hay paz, sino un constante desasosiego, el mundo ofrece placer y satisfacción temporal; lo único que puede proporcionarnos quietud y calma, lo único que sacia nuestra alma es la presencia de Dios. David había tenido que huir por la sublevación de Absalón, su hijo, y escribe:

“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré. Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido.” Salmo 63:1,3,7,8.

El Dios Poderoso, Soberano, Eterno, Creador, es nuestro Dios. Él nos sostiene, sustenta, socorre. A pesar de las circunstancias, en Su presencia, a la sombra de sus alas estamos seguros, encontramos la paz que sobrepasa todo entendimiento, somos saciados, halla reposo nuestra alma, regocijo, el gozo de la salvación.

Busquemos Su rostro de madrugada, por los méritos redentores de Cristo tenemos acceso al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro. Anhelemos su presencia en tierra árida y seca, en el desierto donde no hay agua vivamos apegados a Él. Alabemos Su nombre porque ha sido bueno, porque su misericordia es mejor que la vida.