¿Cuánto tiempo hace que pones tu corazón a mil por hora? ¿Cuánto tiempo hace, que te enfrentas, a uno de tus miedos y le plantas cara? ¿Cuánto tiempo hace que tus glándulas sudoríparas empiezan a funcionar a dos mil revoluciones por minuto, como si fueran los motores del Titanic?
Conducir ha sido el miedo arraigado que me ha perseguido durante toda mi existencia. Todo comienza con un accidente de coche a los cuatro años y medio donde casi perdemos la vida por culpa de un borracho que se saltó la mediana. Todo continuó con un grito de mi madre años después, que me avisaba de una posible colisión debido a mi ligero descontrol del coche. Y de ahí, el miedo, el pánico sentido en cada poro de mi piel. De ahí las excusas para no volver a tocar volante alguno. ¡Basta! Porque quitarse un miedo tan intenso y prolongado en el tiempo fue, como quitarse un abrigo pesado en pleno mes de agosto. Unas cadenas que se destensaban y desaparecían para dar paso a una nueva yo. Una nueva persona capaz de retarse, de aprender a tener miedo y combatirlo, de ser consciente de que la elección es solo nuestra. Puede llevarnos una vida entera, convivir con el pánico, pero merece la pena, darse cuenta de que nosotros mismos somos mucho más grande del temor que nos acecha, porque casi siempre este, es fruto de nuestra propia creación.