En el juego que aprendí a jugar si le duele a uno le duele a todos. Y si al que le duele no le sale defenderse lo defienden los que sí pueden. En el juego este que te cuento el que cuida a los que duermen - mientras hace la vigilia - les prepara un terreno dulce y potable para cuando se levanten. Y si no hay agua corriente el sereno que los cuida carga el tanque de agua enchufando el motor. Antes de enchufarlo hace una especie de rezo que sólo él conoce, porque si hay algo a lo que le tiene pánico es a la electricidad. Más de una vez lo ví correr a buscar las alpargatas antes de tocar cable alguno. En el juego que aprendí a jugar los amigos corren la bola cuando hay uno que sufre. Y si se le rompe el corazón a uno se le rompe el corazón a todos. Hay que bajarse de ese bondi cuanto antes. Se le hacen señas y señales de todo tipo. Aunque el herido sólo aprenda cuando lo atormenten los sueños. Es decir: cuando lo visiten las pesadillas. Este juego sólo tiene jugadores y fichas. No hay premio alguno, ni lugar al cual llegar, excepto la fortuna de sentirnos acompañados y viajar sin avión a cualquier parte o lugar. ¿Subimos para que el fuego baje? ¿Preguntamos para ponernos en movimiento? ¿Aportamos para reconocer que somos granitos? ¿O vamos a seguir desoyendo el verdadero grito sagrado? En el juego que aprendí a jugar todos los días son una fecha especial. Abundan los colores en los números porque siempre hay alguna tarea por hacer o algún abrazo por concretar. Y si de "concretar" hablamos, en el que juego este que te cuento siempre te espero sin paraguas, con el pelo mojado y una flor en el tintero del color que más te gusta. Porque la vida no se hizo para ser una migaja. Y yo a usted la veo muy triste por las cosas que pasan. Y a mí también me duelen desde que el mundo es mundo. Escribamos, entonces, un amor que no nos rompa.
🖊️ Agustina Ferrand
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