La ciencia muestra que a medida que vamos envejeciendo, el cúmulo de lamentos, de caminos no tomados, aventuras no vividas y sueños no cumplidos van transformándose en toxinas que apagan nuestra chispa, esperanza y ganas de trazar nuevas metas. Y cuando nos llega la hora de partir nos encontramos rodeados de nuestros entrañables “hubieras”.