La arena estaba tibia y jugaba a cambiar de colores cuando la soplaba el viento. Laurita apoyó la cara sobre un montoncito y le dijo: -Por ser tan linda y amarilla te voy a dejar un regalo- y con la punta del dedo dibujó un monigote de seda y se fue. Monigote quedó solo, muy sorprendido. Oyó cómo cantaban el agua y el viento. Vio las nubes acomodándose una al lado de la otra para formar cuadros pintados.