«Yo soy la salvación del pueblo –dice el Señor–. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé y seré para siempre su Señor».
«Te pedimos humildemente, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega, para celebrar dignamente el misterio pascual».
Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9.
Vengan, lancemos viva al Señor,
aclamemos al Dios que nos salva.
Acerquémonos a él, llenos de júbilo,
y démosle gracias.
Vengan, y puestos de rodillas,
adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo,
pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo;
él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón,
como el día de la rebelión en el desierto,
cuando sus padres dudaron de mí,
aunque habían visto mis obras”..
Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.
«Volvimos la espalda ante el rostro de Aquel cuyas palabras despreciamos, cuyos preceptos conculcamos; pero aun estando a nuestra espalda nos vuelve a llamar Él, que se ve despreciado y clama por medio de sus preceptos y nos espera con paciencia»
«Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas y solo Tú, oh Cristo, eres la Luz. Tú puedes calmar nuestra ansia que nos consume» (Carta 212).
Del mismo modo que nosotros alcanzamos la buena disposición
para orar mediante la limosna y el ayuno, así también nuestra misma oración se convierte en limosnera cuando se eleva no sólo por los
amigos, sino hasta por los enemigos, y se abstiene de la ira, del odio y de
otros vicios perniciosos. (Sermón 207, 3)