Toda la historia de la salvación evidencia un enfrentamiento ininterrumpido entre el misterio de las tinieblas y el misterio de la luz, disputándose la vida de los hombres. El misterio de la luz lo integra el designio amoroso de Dios, que nos ofrece la salvación y la santidad; su palabra, que nos ilumina; su gracia que nos santifica. El misterio de las tinieblas son las reacciones rebeldes de la inteligencia y de la voluntad humana al servicio del pecado, que nos ciega, que nos degrada y nos convierte en hijos de ira (Ef 2,3).
Salmo 136
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos
a llorar de nostalgia;
de los sauces que estaban en la orilla
colgamos nuestras arpas.
Aquello que cautivos nos tenían
pidieron que cantáramos.
Decían los opresores:
“Algún cantar de Sión, alegres, cántennos”.
Pero, ¿cómo podríamos cantar
un himno al Señor en tierra extraña?
¡Que la mano derecha se me seque,
si de ti, Jerusalén, yo me olvidara!
¡Que se me pegue al paladar la lengua
Jerusalén, si no te recordara,
o si, fuera de ti,
alguna otra alegría yo buscara!.
Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.
«Moisés levantó la serpiente en el desierto para que sanasen quienes en el mismo desierto eran mordidos por las serpientes, mandándoles mirarla, y quien lo hacía quedaba curado. Del mismo modo, conviene que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él, que lo contemple levantado, que no se avergüence de su crucifixión, que se gloríe en la Cruz de Cristo, no perezca, sino que tenga la vida eterna. // ¿Como no morirá? Creyendo en Él. // ¿De qué manera no perecerá? Mirando al levantado. De otra forma hubiera perecido» (Sermón 294,11).
Señor, enséñanos a ser verdaderamente libres. Que comprendamos
que ser libres no es hacer lo que queramos, sino que la libertad consiste en hacer lo que tenemos que hacer, porque queremos, y porque así manifestamos nuestro amor por ti y por tus preceptos. Te lo pedimos a ti, que nos liberaste del pecado y de la muerte, y vives y reinas por los siglos de los siglos.