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«Mi oración se dirige hacia ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (Sal 68,14).



«Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méritos, y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas, tu paz y tu perdón».



«Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,17).



Salmo 144: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente».



Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.  



Cristo resucitado, en efecto, es el centro del culto de la nueva humanidad. Su santidad es de tal naturaleza que justifica a todos los hombres que participan en ella; su victoria sobre el pecado y la muerte está a punto de hacerse tan definitiva que cualquier hombre puede estar seguro de resucitar a la vida de la gracia y de haber sido justificado de su pecado.



Nosotros estamos bautizados, somos hijos de Dios, herederos del cielo. Seamos fieles a nuestro bautismo, para que podamos oir un día estas palabras: «Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde el comienzo del mundo» (Mt 25,34).



Señor, mis obras, son a veces como frutos malos, pues proceden de la raíz, del pecado; cambia y purifica mi corazón para que todas mis acciones broten de un manantial sano, puro y santo, y siempre se dirijan hacia ti, para darte gloria y alabanza con todas ellas. Te lo pido a ti, único amor verdadero, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.