«Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día» (Sal 55,2)
«Señor, Dios nuestro, cuyo amor nos enriquece sin medida con toda bendición: haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del pecado, nos preparemos como hombres nuevos, a tomar parte en la gloria de tu Reino».
«Yo soy la luz del mundo –dice el Señor–. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).
«No dudéis del perdón, pues, por grande que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, lal enormidad de vuestros muchos pecados» (Coment. al profeta Joel 3,5).
«La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquél a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecado a quien desprecia a la Iglesia»
Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.
La renovación pascual es necesaria para todos. Cualquier puritanismo condenatorio de la conducta ajena está más del lado de los fariseos inmisericordes que del Evangelio. Todos necesitamos la conversión a una vida nueva.
Señor, tú no condenas al que no puede hacer lo que debe, sino al que no quiere hacer lo que puede, haz que siempre nuestra voluntad y nuestro deseo estén prontos para cumplir lo que tú quieres y lo que tú mandas: que en todo busquemos siempre cumplir tu voluntad, para con ella santificarnos. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.