«Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado» (Sal 30,10.16.18).
«Perdona las culpas de tu pueblo, Señór, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad».
Comunión: «Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24).
Salmo 17
«En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos»
Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.
El misterio de la Palabra hecha carne ha de ser aceptado por la fe. ¡Los enemigos de Jesús! Pero, ¿no nos ponemos también nosotros en las filas de los enemigos de Jesucristo? ¿No es cada pecado un desprecio de Jesús, de sus preceptos, de su doctrina, de sus bienes, de sus promesas, de su gracia divina...? «En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien».
Señor, haz que la lámpara de mi corazón se encienda siempre en ti y que, con la luz que has encendido en mi interior, pueda iluminar a mis hermanos y compartir el calor que tú mismo has infundido en mi corazón No permitas que mi lámpara se apague, pues mi vida no sólo se volverá sombría, sino que ahumará y llenará de tufo a los que me rodean. Te lo pido a ti, luz del mundo. Amén.