«Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor; mi corazón y carne retozan por el Dios vivo» (Sal 83,3).
«Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantener su firmeza, que tu protección la dirija y la sostenga siempre».
«Alabad al Señor todas las naciones, firme es su misericordia con nosotros» (Sal 116,1-2).
Salmo 41 clamamos: «Mi alma tiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; y que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío».
Padre Nuestro, Ave Maria, Gloria.
Lo que hoy encontramos en Cristo y en su Iglesia es únicamente el inicio de nuestra salvación, cuya plenitud nos aguarda en la otra vida, en la verdadera Pascua. Y así como el pueblo escogido perdió la salvación, por no creer en Cristo, también a nosotros nos puede ocurrir los mismo. Sólo la fe, la entrega a Cristo y a su Iglesia nos pueden salvar.
Señor, te pedimos que acuñes, con la fuerza de tu amor y de tu Espíritu, tu imagen en lo más profundo de nuestro corazón, para que como una moneda, exprese con claridad a quién pertenece y quién es el que vive dentro de ella. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.