Porque pasados los días de la tierra y de nuestro peregrinar en ella, cuando estemos ante el umbral de la eternidad y la gloria prometida para aquel día, nos daremos cuenta que cualquier tiempo intermedio entre nuestro presente y aquel momento sublime; en otras palabras, cualquier futuro que nos espere antes de llegar a la eternidad, valdrá la pena vivirlo, sufrirlo, soportarlo, y perseverar por encima de él, para alcanzar la salvación prometida.
