Se le veía desde el amanecer hasta caer la noche, casi sin poder sostenerse del cansancio, el hambre y la sed, atendiendo a los necesitados. A su lado tenía siempre un taburete con una palangana llena de agua. Con una mano rociaba al paciente por la cabeza, varias veces diciendo “Perro maldito a los infiernos”, haciendo una cruz con los dedos en el aire. Se llamaba Antoñica Izquierdo, la milagrosa cubana que curaba con agua.