Había Victrolas en los bares, fondas, cafés, prostíbulos y bodegas. Eran, dice el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala, «El medio más efectivo para lograr que la música grabada reflejase realmente las preferencias del público que decidía lo que quería oír, y votaba con su dinero por sus preferidos». Bastaba con introducir una moneda en la ranura dispuesta para ese fin y aquella máquina dejaba escuchar la pieza musical que se le había pedido. En 1956 había más de 10 mil de ellas en toda la isla.