Planteamos un ejercicio para observar los efectos de la desigualdad de oportunidades: tres mujeres compitiendo por un puesto ejecutivo de alto nivel en una empresa. Si el concurso es de temática académica, el triunfo dependerá del acceso y la calidad de la educación de los participantes, que a su vez dependerá del lugar de origen y la escolaridad de los padres. Una concursante de origen indígena, nacida en un contexto rural, tiene menos posibilidades de triunfo simplemente por las deficiencias de infraestructura en la educación básica, así como por el ingreso de sus padres. Una concursante de clase media urbana tiene mejores oportunidades académicas, pero menores posibilidades de crear una red de contactos en un contexto en que el poder económico y el poder político están estrechamente relacionados. Finalmente, una concursante de clase alta tiene, desde sus condiciones de origen, mayores posibilidades de triunfo, sin embargo, el 75% de los puestos de alto nivel están ocupados por hombres, por lo que sus posibilidades se reducen. Y, aún si ganara, su salario sería 24% más bajo que el de sus compañeros varones.
¿Quién ganaría realmente este concurso? La meritocracia nos dice que si nos esforzamos, nadie pierde. Lo cierto es que en este México desigual, sin importar los esfuerzos, siempre ganan los mismos.