Cuentan que hace mucho, en un pueblo pequeño de la China, un hombre guardaba su leña junto a la chimenea. Su vecino, al ver aquello, se acercó y le dijo:
– Si no retiras la leña de ahí, puedes provocar un incendio y quedarte sin casa. ¿No ves que está muy cerca del fuego?
Pero el vecino, que era muy orgulloso, pensó que eso era prácticamente imposible y no le hizo caso.
A los pocos días, la casa de este hombre comenzó a arder por culpa de la leña que había junto a la chimenea. Los vecinos le ayudaron a apagar el fuego con tanta rapidez que apenas tuvo que lamentar daños.
Y él, agradecido, invitó a una merienda a los vecinos que le ayudaron a apagar el incendio. Sin embargo, no había invitado a aquel que le advirtió del peligro.
Uno de sus vecinos invitados, se dio cuenta y le dijo:
– Está muy bien que nos invites y agradezcas que te ayudáramos a apagar el fuego. Pero… ¿No hubiera sido más justo que también hubieras invitado a aquel que te advirtió y al que si hubieras hecho caso, te habría evitado esta desgracia?
MORALEJA: ‘MUCHAS VECES OLVIDAMOS AGRADECER UN BUEN CONSEJO QUE, DE SEGUIRLO, NOS HUBIERA EVITADO UNA DESGRACIA’
– El orgullo y la soberbia nos ciegan y hacen que actuemos de forma imprudente: ¿No has oído nunca eso de ‘no te dejes llevar por la ira’? Lo mismo podríamos decir del orgullo y la soberbia. En todos estos casos, son emociones que nos ciegan y nos hacen cometer imprudencias. Como la que cometió el protagonista de esta historia, quien prefirió no seguir el consejo de su vecino, pensando que él sabía más y mostrando una actitud orgullosa e irresponsable. Las consecuencias, ya las conoces.