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Música: "Land of the Dead de Kevin MacLeod cuenta con una licencia Creative Commons Atribución 4.0. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Fuente: http://incompetech.com/music/royalty-free/?keywords=land+of+the+dead

Artista: http://incompetech.com/"

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En una gélida noche de invierno, el cochero anciano Ioná Potapov se encogía bajo su gastado abrigo mientras la nieve caía sobre él, cubriéndolo como si fuera una tumba olvidada. La calle estaba llena de ruido, con carruajes apresurados y transeúntes absortos en sus asuntos, pero en el corazón de Ioná solo había un silencio pesado y una pena insoportable. Había perdido a su único hijo hacía unos días, y desde entonces, no encontraba a nadie que lo escuchara.

El primer pasajero, un oficial militar, subió al carruaje con el ceño fruncido. La vieja yegua avanzó lentamente por las calles heladas, y Ioná, impulsado por una necesidad incontrolable de hablar, murmuró con voz ronca:

— Esta semana murió mi hijo…

El militar no respondió. Solo miró fijamente la calle y, al llegar a su destino, dejó la tarifa y se fue sin voltear. Ioná lo siguió con la mirada, como si buscara en el suelo las palabras que habían caído de su boca. Luego tiró de las riendas, desesperanzado, pero sin rendirse del todo.

Más tarde, tres jóvenes borrachos subieron a su carruaje, riendo con desenfreno, interrumpiéndose entre sí con bromas ruidosas. Ioná intentó de nuevo:

— Mi hijo murió esta semana…

— ¡Vamos, viejo, apura el paso y no nos cuentes tus historias tristes! —gritó uno de ellos. Los otros rieron.

Lo silenciaron, como lo había hecho el destino. Cuando bajaron, sintió que algo en él pesaba menos, no porque se hubiera librado de ellos, sino porque comprendió que su dolor ya no le importaba a nadie.

Regresó al establo, donde otros cocheros se reunían alrededor de un fuego humilde, contando historias y riendo. Ioná se sentó entre ellos, mirando las llamas, deseando hablar, pero sin encontrar el valor. ¿A quién le importaría? ¿Quién escucharía?

Se retiró en silencio hasta donde estaba su vieja yegua, le acarició el cuello y susurró:

— Kuzmá Ionitch ha muerto, hermana… Mi único hijo se fue de repente… Nadie lo siente, solo tú…

Se quedó quieto por un momento y luego empezó a hablar, contándolo todo: su enfermedad, sus últimos días, su soledad insoportable. La yegua masticaba con paciencia, sin interrumpirlo, sin rechazarlo.

Y en medio de ese silencio, la tristeza de Ioná fluyó al fin, como lágrimas invisibles que nadie veía.+

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