Aveces voy a un jardín más alejado, con muchos árboles, arbustos, flores y montículos de pasto aledaños a una banca de cemento, cobijada por un árbol de colorín, en la que una mañana descansé por un momento, cerré los ojos y, como soñando, escuché un sonidito muy pequeño, como el del crujir unas hojas muy chiquitas. Miré para todos lados sin descubrir su origen. Volví a cerrarlos y el sonido regresó. Entonces, al voltear la mirada haca arriba, descubrí que el árbol estaba infestado por muchísimos gusanitos masticando su follaje. Sin temor contemplé la escena. Acostado, observé como se movían y devoraban las hojas. Pude distinguirlos por el crujir de cada uno. Me sentí aturdido, pero encontré un canto de todo ello.
