Bartimeo, el ciego que se sentaba a mendigar a las afueras de Jericó, nos enseña cómo comenzar a orar. De él aprendemos que la oración comienza siendo un grito y que no hay que sofocar este grito. "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". Él utiliza la única arma que tiene: su voz. Persiste y es escuchado.
Jesús le escucha y le pregunta qué quiere. Le invita a transformar su grito en una petición. Bartimeo pide ver y Jesús le cura.
Gritar y pedir. Dos elementos importantes que deben estar presentes en nuestra oración.
¿Qué enfermedad tenemos que nos haga gritar en esta Cuaresma a Jesús? ¿De qué queremos pedirle que nos cure?