La lectura de la misa de hoy nos cuenta el famoso episodio en el que el Pueblo de Israel fabrica un becerro de oro, ocasionando el disgusto de Dios. El Señor le dice a Moisés: “Se han desviado del camino que yo les había enseñado. Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos”.
Moisés entonces reacciona intercediendo por el pueblo ante Dios. Le dice: “¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú mismo sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo”.
Dice el Papa Francisco: “Moisés reza a través de la intercesión. Su actitud es como la de los santos que, a imitación de Jesús, son puentes entre Dios y su pueblo”.
¿Qué tanto practicamos nosotros la oración de intercesión? Sería una buena pregunta para hoy. Quizás solo pedimos por nosotros, quizás solo buscamos ser sanados, ser ayudados, pero no tenemos ojos para los demás. Moisés nos enseña que la oración verdaderamente cristiana es la que incluye a los demás, la que ve al mundo, incluyendo a los pecadores, como parte importante del pueblo de Dios.
La oración de intercesión es muy perfecta porque en ella se conjuga la confianza en Dios y el amor por los hombres. Dice también el Papa: “Moisés era tan amigo de Dios que hablaba con Él cara a cara; y siguió siendo tan amigo de los hombres que tenía misericordia por sus pecados y rezaba por ellos. Su oración era de intercesión, siendo esta la plegaria de los verdaderos creyentes, que a pesar de sus fragilidades tratan de ser ‘puentes’ entre Dios y su pueblo”.
Pidamos la gracia a Dios de ser intercesores del mundo.