Llegamos al primer viernes de cuaresma. La Iglesia manda a todos los católicos mayores de catorce años vivir durante los viernes de cuaresma la abstinencia de la carne. Podríamos decir que es una especie de ayuno. No es el ayuno propiamente de todos los alimentos que vivimos el miércoles de ceniza y el viernes santo, pero sí un ayuno de carne.
Quisiera que reflexionemos hoy en cómo vivimos el ayuno y la abstinencia durante la cuaresma.
Hay dos modos de vivir esto. Todo depende de qué es lo que buscamos: la recompensa de los hombres o la recompensa de Dios.
1. El ayuno farisaico. Es ayunar para verme bien, para adelgazar. Se nota más en la abstinencia. Soy "fiel a la Iglesia" no comiendo carne el viernes, pero qué banquetes de mariscos y de pescado me preparo. Esta es una abstinencia inútil, no produce fruto en el alma, porque el fin de la abstinencia y del ayuno es forjarnos en el sacrificio, y aquí no se está dando.
2. El ayuno cristiano. Es vivirlo realmente como sacrificio, como una renuncia a lo más cómodo, a lo más placentero. Y he aquí que encontramos el verdadero sentido: esta renuncia física a comer entre comidas, esta abstinencia de la carne, fortalece nuestra voluntad para entonces sí vivir el verdadero ayuno que quiere el Señor y que encontramos en la lectura de la misa de hoy:
“El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos, que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano. Entonces surgirá tu luz como la aurora y cicatrizarán de prisa tus heridas; te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu marcha. Entonces clamarás al Señor y Él te responderá; lo llamarás y Él te dirá: Aquí estoy” (Isaías 58).
El ayuno que quiere Dios es el de dejar de vivir para nosotros mismos y comenzar a vivir para los demás. Pero esta empresa no es fácil para nuestra voluntad débil y he ahí la importancia de comenzar fortaleciendo nuestra voluntad con el ayuno físico y la abstinencia de la carne, pero con un sentido verdaderamente cuaresmal y penitencial. Así podremos vivir las obras de misericordia.