El otro día le robaron la tableta a un amigo sacerdote… dentro del seminario. Lo más impactante no fue el robo en sí, sino cómo el ladrón logró entrar: le dijo al guardia que venía a un retiro, y lo dejaron pasar. Otro sacerdote incluso se lo topó y, al oír lo mismo, le indicó amablemente a qué piso ir. El sujeto entró, revisó varios cuartos… y se fue con lo que vino a buscar. Con una mentira piadosa, entró a un lugar sagrado. Y nadie sospechó nada.
En este episodio comparto cómo esta experiencia me hizo pensar en el pecado: no siempre llega con cara de maldad. A veces entra con apariencia de bien, con palabras dulces, con intenciones que suenan nobles. Pero si no estamos atentos, termina robándonos la paz, la gracia, o incluso la libertad interior. Cuaresma es tiempo para aprender a discernir: no todo lo que suena espiritual viene de Dios. Y no todas las puertas deben quedar abiertas.