De todas las cosas que vi del Papa Francisco, hay una que nunca se me va a olvidar: cuando pidió perdón desde el balcón, públicamente, por haber perdido la paciencia con una mujer que lo jaló.
No se justificó. No buscó excusas. Solo dijo: “Pido perdón por el mal ejemplo de ayer.”
Ese gesto me marcó. Porque ahí entendí que el verdadero poder no está en tener siempre la razón, sino en tener un corazón humilde.
En este episodio te invito a dar gracias a Dios por ese legado tan humano del Papa y a pedirle que también nosotros sepamos pedir perdón. Porque cuando uno reconoce sus errores, ahí el Evangelio se vuelve real.