Me encontraba con un hermano caminando hacia Villa Pamphilj, uno de los más grandes parques de Roma. Aunque el camino era difícil, la motivación de llegar y disfrutar una buena tarde en este grandioso parque nos hacía seguir, a pesar de los obstáculos que encontrábamos en esta última parte del camino. En eso me di cuenta de la persona que iba delante de mí. En realidad eran dos. Un papá, de unos treinta años, que llevaba cargada a su pequeña hija, que tenía un vestidito rosa. La niña iba profundamente dormida. A veces su piececito estaba a punto de ser golpeado por los espejos laterales de los coches que circulaban. Pero ella seguía profunda y plácidamente dormida en brazos de su padre. De pronto la niña despertó. Para mi sorpresa, su rostro no se inmutó. Su tranquilidad seguía siendo la misma de cuando iba dormida. Parecía que no ser percataba del peligro de la situación. O mejor dicho, aunque se percataba del peligro, iba en paz porque se sabía en manos de su padre.