Estaba terminando la misa en una parroquia cuando de pronto vi una paloma que caminaba por el camino central persiguiendo a un niño pequeño. Momentos más tarde la escena cambió: era el niño quien perseguía la paloma. Como era un niño pequeño, los pasos eran muy lentos. Y siempre se veía la tranquilidad de la paloma y el niño. Como si ambos se tuvieran confianza y cariño.
Esta escena me hizo, sin darme cuenta, sonreír durante varios segundos. Un día después un joven de la parroquia me escribe y me dice que no menos de tres personas le habían dicho que les había gustado mucho la misa, la homilía, pero que lo que más les llegó al corazón fue ver al diácono sonreír.
Decía Pablo VI: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio". Esta anécdota nos ayuda a entender que lo que la gente necesita en la Iglesia muchas veces va más allá de la homilía, son los gestos de cercanía y de cariño que como pastores podemos brindar.
Pero esto se aplica también para un laico, un profesor, un padre de familia. También para un joven que quiere transformar el mundo para Cristo: es una invitación a compartir la fe no tanto teóricamente, sino sobre todo, a través del testimonio. Es hacer teología con los gestos.