El sol de enero calentaba tímidamente las calles de Madrid, dándole a la ciudad una luz especial que invitaba a pasear y a descubrir tesoros ocultos entre los puestos de El Rastro.
Era una tradición dominical que Miguel disfrutaba desde su juventud: recorrer los puestos, regatear precios y encontrar algo único que añadir a su colección de recuerdos.
Ese día, sin embargo, algo distinto atrajo su mirada. Entre las antigüedades, los libros viejos y los vinilos, un puesto de ropa antigua llamó su atención.
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