Ahora pues, Jehová, Dios mío, tú me has hecho rey a mí, tu siervo, en lugar de David, mi padre. Yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar por su multitud incalculable. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande? 1 Reyes 3.7–9
¿Que lo que más impacta de La respuesta de Salomón?
1. En primer lugar, Salomón era consiente de que él no estaba en esa posición por el esfuerzo propio, ni tampoco lo ocupaba gracias a las cualidades que tenía como hombre. El rey sabía que era Dios el que lo había escogido y puesto por rey.
2. En segundo lugar, Salomón era absolutamente consiente de que carecía de capacidad para cumplir con la tarea que tenía por delante: «yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir». ¡Qué refrescante es encontrarnos con alguien que honestamente confiesa sus limitaciones y reconoce su falta de experiencia para realizar un ministerio! Bien sabemos que nuestras debilidades son el medio principal por el cual se expresa la gracia de Dios. Sin embargo dedicamos mucho esfuerzo a esconderlas o disimularlas.
3. En tercer lugar, Salomón era consiente de que el pueblo sobre el cual estaba era el pueblo de Dios. No era un pueblo del cual podía disponer como quisiera, para hacer con ellos según sus propios criterios y deseos. Era un pueblo que había sido comprado por el Alto y Sublime. Debía ser cuidado y honrado, como hacemos con todo aquello que no nos pertenece. ¡Qué bueno sería que regularmente recordemos, como pastores, que el pueblo entre el cual hemos sido puestos no es nuestro, sino del Señor! Habrá un día en el que daremos cuenta de cada uno de ellos, hasta del más pequeño. SOMOS MAYORDOMOS DE LAS COSAS SAGRADAS.
4. Por último, Salomón sabía que solamente podía llevar adelante su responsabilidad si Dios le daba los dones y las habilidades que precisaba para la tarea. No lo iba a poder realizar en sus propias fuerzas. Necesitaba ser revestido del poder de lo alto: «Concede, pues, a tu siervo corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo». No aspiraba a tener fama, ni reputación, ni reconocimiento. Solamente deseaba las capacidades necesarias para poder agradar a su Dios.