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1.Identifica tus pecados «financieros» y arrepiéntete de ellos. Este tipo de pecado es sutil. De ahí que Jesús haya dicho: «Estén atentos y cuídense de toda forma de avaricia» (Lc 12:15). Por ese motivo también habló del «engaño de las riquezas» (Mt 13:22). A pesar de que he dado muchas horas de consejería financiera, nunca he escuchado a alguien confesar que es un materialista, un avaricioso, que desea causar buena impresión en otros con las cosas que compra o que pone su esperanza en las riquezas. La gente usualmente es «ciega» a estos pecados. Se requiere oración para que Dios nos los muestre. Tal como lo pide el salmista: «Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo y guíame

2.Considérate mayordomo. Tu objetivo es complacer al dueño, que es Dios. En este sentido, el mayordomo asume la humilde postura de que, aunque tenga recursos suficientes para hacer algo, sus decisiones financieras son dirigidas por los principios bíblicos más que por sus deseos.

3.Conténtate con lo que el dueño te da y entiende que los verdaderos tesoros se acumulan en el cielo. El contentamiento ve lo que ya posee y dice: «Es suficiente». Asimismo, a menos que creamos que los «verdaderos tesoros» son los celestiales, nos resultará difícil desplegar la generosidad que se espera de nosotros como mayordomos (Mt 6:19; Lc 18:22; 1 Ti 6:18). Más adelante también profundizaremos en este tema. Luego de aplicar esta estrategia espiritual, podemos aplicar una estrategia financiera dirigida a encarar nuestros compromisos y evitar nuevos problemas. Esta estrategia y serie de recomendaciones básicamente aplican mucho de lo visto hasta ahora.

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