Atiende tu respiro,
céntrate ahí y observa cómo respiras,
qué tan fluido, si encuentras alguna dificultad,
si al respirar, suspiras.
Atiende todo eso.
Ve serenándolo, serena cada respiro
y verás que te ofrendará lo mismo:
esa actitud serena,
reposada e irás ganando quietud.
Y el cuerpo responde, ninguna alteración.
Si precisas alguna tensión, libérala respirando.
Revisa tu rostro y relájalo.
Seguirás ganando esa actitud,
la que te hace sentir en ti,
con tranquilidad, con serenidad,
disfrutando esa quietud, que, igual le va ganando
a los pensamientos que se van limitando,
dentro de esa libertad que manifiestas,
cuando sostienes esta actitud.
No te opongas a tus pensamientos, a ninguno.
Cuando se sientan solos, sabrán que no estás ahí.
Que no te ocupen y que,
mucho menos, intenten dominarte.
Ni siquiera lo intentes tú,
haz que el respiro se encargue.
Vas atenuando tus respiros,
hasta que sean imperceptibles,
respiros naturales, poderosos,
que te van ayudando a expandirte,
a darle alcance a lo que tu sustancia es.
A tu sustancia manifestada.
Y existes ahí, poderosamente.
Dirás, ¿en qué consiste mi poder?
Y respira, porque podría resultarte indescifrable.
Es que se trata de un poder divino,
que se vale de tu apariencia,
tan sensiblemente humana,
la que has sabido preservar,
para establecer ese poder.
Dirás igual, ¿qué es un poder divino?
Y acéptame un calificativo, es exquisito,
pero más, es el poder mismo.
Se trata de una sustancia como tú, adherida,
de la que te vas impregnando,
en la medida que quieres y sabes jugar contigo.
Y dirás,
¿es que acaso tengo, sostengo, algún poder?
Todo, ¿o no lo sientes?
Y es divino, es perceptible,
más, cuando quieres.
Y dirás, ¿cómo percibo ese poder?
Respira y no lo pienses mucho,
aunque ya mismo es.
Tendrías que ser capaz,
más cuando desde toda tu sensibilidad,
te lo propones.
Cuando desde todos tus conductos, te dispones.
Cuando desde tu entendimiento,
ese tu entendimiento, te propones,
te propones a ti mismo, te propones a ti
y aceptas, te aceptas, te conoces, te reconoces
y, te sobreviene el sentir y te sientes.
Y ese sentir te sobrecoge.
Es cuando te propones amarte
y empiezas a ejercer ese poder,
el poder amarte, el poder de amarte.
Y sabes que es el más inmenso poder que existe,
¿por qué negártelo?
Entonces alcanzas la fuerza
que ese poder contiene
y, te arrebata, te arrebata todo,
lo que es y lo que no y, te vacías.
Es cuando el poder aumenta.
Siéntete poderosísimo.
Si preguntas ¿cómo?, pierdes.
Porque existe lo que te brinda
esa capacidad de poder,
lo que te da ese poder,
lo que te proporciona todo ese poder
y, lo que existe, en ese tú poder.
Respíralo.
Si quieres conmoverte,
como a veces pasa, como a veces lo necesitas
e incluso lo exiges,
percibe lo que ese poder te produce.
Respira lo mínimo,
no rompas tu quietud, piensa nada.
Y sé algo:
Ese poder es todo lo que eres.
Ese poder se conjuga en ti.
Ese poder es tu más infinito amor.
Ese poder es tu creación.
¿Cómo no amarte, criatura?
Quédate ahí, suspéndete, no respires.
Haz que el poder te contenga y contenlo tú.
Sostente ahí, en lo que tu poder es.
Respira ahora, consciente como eres,
de experimentar la fórmula de eso,
del Ser consciente,
lo que ese poder es y lo capaz que eres de amarte.
Respira profundo, sin contener nada.
Respira a plenitud, agradeciendo tu voluntad,
tu fuerza, tu poder vivo.
Respira profundo.
Om Namaha Shivaya