El Partido Socialista, aun teniendo que lidiar con una crisis interna que oponía la línea moderada de Besteiro a la radical de Largo Caballero, con el predominio final de esta última, como ya se ha dicho, consiguió convertirse en el pivote sobre el que giraría la revolución social.
Geográficamente, su fuerza se asienta sobre todo en Madrid y en el norte industrial, dos zonas separadas por territorio hostil, aunque unidas por un ferrocarril cuyo personal se halla afiliado en masa a la sindical socialista, la UGT. Los anarquistas, debilitados, y los comunistas, todavía sin las fuerzas necesarias, se unen al movimiento revolucionario socialista.
El 3 de febrero se constituyó un comité revolucionario decidido a que la revuelta contra el gobierno “tuviera todas las características de una guerra civil”, cuyo éxito iba a depender “de la extensión que alcance y la violencia con que se produzca”, palabras que recuerdan a las muy similares que Mola pronunció dos años más tarde, el 18 de julio de 1936. Las Juventudes Socialistas comenzaron a armarse y a adiestrarse en secreto, como por cierto también hacían, por su parte, carlistas y falangistas.