Durante la mañana del lunes 13 de abril, se reunió el gobierno para analizar los resultados. Dos actitudes emergieron en el transcurso de dicho consejo de ministros: unos, encabezados por Juan de la Cierva y Peñafiel, preconizaron la resistencia a ultranza, utilizando la censura y la fuerza, si era necesario; otros, encabezados por el veterano conde de Romanones, pensaban que todo estaba perdido. Faltaba conocer la opinión del Ejército. A medida que iban llegando las respuestas de los distintos capitanes generales, se fue afianzando la posición de Romanones y la mayoría de los ministros. Romanones entonces se dirigió a Niceto Alcalá Zamora, futuro primer presidente de la II República, y a la sazón presidente del comité revolucionario, para pactar con él la salida pacífica de Alfonso XIII y de su familia. Éste accedió con la condición de que el monarca saliera de España “antes de que se ponga el sol”. Así lo hizo el rey, no sin dejar tras él estas premonitorias palabras: “Soy el rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.” Mientras tanto, la II República había sido proclamada y el pueblo exultaba en las calles de las grandes ciudades.