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Un boxeador reduce a un sujeto que estaba insultando a su pareja en una sala de cine en León. Los espectadores felicitan al deportista mientras él pide disculpas por el espectáculo, teniendo en cuenta que había niños delante.

Entiendo todo lo sucedido, pero no lo comparto. Llegar a los puños siempre tiene que ser el último recurso. Antes de tomarnos la justicia por nuestra mano, hay que avisar a las fuerzas del orden, ya sea un vigilante o directamente llamando a la policía.

Dicho esto, tengo el corazón partío, porque ya me gustaría a mí que hubiera un Antonio Barrul, que así se llama este joven boxeador, por cada mujer maltratada en el mundo. Y tú, ¿qué opinas?