Cuando somos jóvenes tenemos muchos propósitos y metas en la vida y es bueno esforzarnos para lograr todo ello, pero no debemos dejar que la emoción de la juventud y de esos propósitos nos ganen más que anhelar una relación con Dios no solo en la juventud, sino en todo tiempo.
Debemos ordenar las prioridades en nuestra vida en cualquier etapa. Reacomodemos nuestras prioridades y pongamos a Dios en primer lugar.
Por Armando Téllez