Albert Fish no era solo un asesino. Era un caníbal, un torturador, un monstruo que caminaba entre nosotros.
Imagina el rostro de un anciano frágil, con bigote fino y una mirada casi inocente.** Un hombre que camina por las calles de Nueva York con su sombrero gastado y traje gris. Nadie lo mira dos veces. Nadie sospecha que detrás de esa apariencia inofensiva se esconde **uno de los asesinos más sádicos y retorcidos de la historia.